VENCIENDO EL MIEDO A LA MUERTE
Algún día yo también moriré. Cuando somos jóvenes no pensamos demasiado en la muerte. Pero, a medida que nos hacemos mayores, nos preocupamos cada vez más sobre la muerte. Esto se debe a que es una puerta que estamos irremediablemente destinados a cruzar. Pero, ¿qué nos ocurre después de la muerte? ¿Sabéis por qué estoy hablando de la muerte? Para enseñar mejor el significado de la vida. ¿Quién comprende verdaderamente el valor de la vida? No son las personas que se aferran a la vida por todos los medios. La persona que realmente conoce la vida es aquella que se adentra en el valle de la muerte. Es la persona que da testimonio del sentido de la vida clamando desesperadamente al Cielo en ese cruce de caminos entre la vida y la muerte.
¿Por qué las personas temen la muerte? Porque no conocen el propósito por el que han nacido. Si no sabemos el porqué de nuestro nacimiento, tampoco sabremos el porqué de la muerte. Por esta razón, las primeras preguntas que se hacen los filósofos son: ¿qué es la vida? ¿por qué nacemos? Si pensamos en ello profundamente, nos daremos cuenta de que la muerte nos hace renacer en el seno del amor de Dios. En el mundo la gente se lamenta, "¡oh no, me muero!, ¿qué puedo hacer?" en medio de un gran escándalo. ¿Se ríe Dios (¡ja, ja, ja!) cuando nos morimos? ¿O piensan que Dios se lamenta también hundido por el dolor? La verdad es que es feliz y esto se debe a que el momento de la muerte del cuerpo físico es el momento en que experimentamos la alegría de abandonar una dimensión finita de amor para adentrarnos en una dimensión infinita de amor. Es el momento de nuestro segundo nacimiento.
Entonces, ¿cuándo se siente Dios más contento, el día en que nacemos en el mundo físico o el día en que lo dejamos? Ese es el instante en que nacemos por segunda vez en una dimensión donde el amor se expande infinitamente. Nos convertimos en Sus nuevos hijos mediante la muerte. Por tanto, Dios es más feliz con nuestro segundo nacimiento. Les digo todo esto porque necesitan saber que no pueden tener una relación con Dios a menos que superen el miedo a la muerte.