Juan el Bautista - 20 de agosto, 1997
Juan el Bautista es de corta estatura, con cara de ser muy inteligente. Cuando visité a Jesús y me volvía le pregunté cómo estaba Juan el Bautista, y me respondió: "No le diga que me vio; Juan tampoco tiene ganas de verlo a usted; no va a poder verlo". El lugar de Juan estaba muy distante del lugar donde está Jesús. Cuando fui a visitar a Juan, me detuvieron guardias muy fuertes, armados con espadas. Me dijeron que nadie puede encontrar libremente a su maestro. Ellos tomaron un libro de visitas, y me dijeron que si firmaba, me harían pasar. Cuando entré, Juan me recibió, inclinándose en una reverencia y diciendo: "Cómo un mensajero de Dios puede venir a este humilde lugar... " Se sentó sobre ambas rodillas. Aún antes de que yo dijera algo, comenzó a hablar.
"En la Tierra fui respetado y seguido por mucha gente, pero ahora éste es mi lugar, insuficiente para recibir al Señor. Y aunque quisiese servirlo, Él no va a querer venir aquí. Yo estaba muy acostumbrado a sólo ser servido, y no presté ninguna atención a la vida de Jesús, porque miraba a Jesús y me relacionaba con Él con ojos humanos, embebido más en pensamientos humanos que en la situación de Dios... No sabía que ello sería tan grande pecado. Estoy angustiado, porque no sé cuál es la manera de ser perdonado. Usted, que vino como mensajero de Dios, ¿no podrá ayudarme?", preguntó.
Entonces yo le pregunté: "¿Por qué hay en la entrada guardias armados con espadas?" Me respondió: "Siempre estoy inseguro, con miedo de que alguien venga a hacerme daño; por eso selecciono a la gente que me visita". Le hablé a manera de presentación sobre los Padres Verdaderos, y le comenté: "Más adelante deben expiarse los pecados, y vendrá el día en que se abrirán las puertas del Infierno". Me preguntó cuándo sucedería eso. Camino de vuelta, me dolió el corazón, al pensar que en la Tierra, ante los Padres Verdaderos hay muchas personas en la posición de Juan el Bautista, y terminarán viviendo como él.